Al paraiso

AL CIELO DE TU MANO...
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domingo, 22 de noviembre de 2015

Bajando a la mazmorra subiendo al cielo.

Nada ni nadie me podía haber hecho imaginar lo que aquella tarde iba a suceder. El juego siempre forma parte de la relación y así empezó este escalón en nuestro camino a la felicidad..

Mi perra, perramaria goza de una imaginación digna de elogio, de una ilusión, de una entrega absoluta, digna de admiración.



Así me cito en una calle de Madrid, en un lugar, en un número, que nada podía hacer presagiar lo que iba a acontecer.

El número, el 27, la calle, una de Madrid.

Allí esperé su llamada.

.-“ Existe una puerta metálica de color marrón, no es un portal, es un acceso al paraíso. La puerta está abierta, entra, pero espera unos minutos, antes de hacerlo. Debo prepararme para recibirte”

Así lo hice, esperé y me dispuse a entrar.

No entendía nada, la puerta era pequeña, metálica, parecía el acceso a un viejo almacén.

Entre, y descendí por unas escaleras, parecía que bajaba al sótano del almacén.

De repente todo cambio, la poca categoría de la entrada no hacía presagiar lo que allí se escondía.

Una puerta rustica, de madera, una pared de piedra me separaba de mi perra. La abrí y …



Entre en el paraíso.

Nada tenía que ver la entrada con el sótano que apareció ante mi.

Perfectamente decorado. Un sótano de una pieza, dividido por sectores con elegancia.

Una autentica mazmorra, propia de la mismísima Inquisición, decorada con gusto exquisito, perfecta para su fin.

Nada más entrar me fije en unas mesas preparadas para la ocasión, perfectamente colocados todos los objetos fetiches de nuestra relación. Desde las pinzas, hasta la espuela, sin olvidar al bendita fusta.

Nada había escapado a su detalle, con mimo, con tiempo había preparado todo para que Su Señor tuviera a mano, todo aquello  que se le antojase…

En esa percepción visual, no había escapado el detalle.

Allí estaba ella, mi perra, mi dulce y fiel perra, perfectamente amarrada en la cruz, digna de la mejor fotografía ganadora del Pulitzer.

Destilaba felicidad, su redención estaba próxima, sus días de espera por fin se verían recompensados.

Su cara solo reflejaba felicidad, ni rastro de temor, solo felicidad.

Levemente maquillada y como, no como su Señor esperaba que le recibiera, sus tacones, sus medias de liga, su corpiño.

Una reina amarrada en la cruz. Un perra dispuesta a ser usada, ultrajada, entregada a su Señor, plegada a sus antojos, no era dueña ni de su cuerpo ni de su alma, ella lo sabía. Solo Su Señor dispondrá de ella, exclusivamente Él.

Y así fue. Su Señor con mano firme asió la fusta en su mano y dando rienda suelta a sus emociones, dispuesto a entregar todo el amor que siente por su perra.

La fusta recorrió cada milímetro de su cuerpo. La propia fusta transmitía seguridad y pasión a su Señor. Su delicada piel se encrespaba allí donde la fusta rozaba y la piel de su Amo también se erizaba.

Golpeaba suavemente su piel, sus pezones, su sexo, en ocasiones se oía el eco ronco de la fusta contra la piel. Es plafff, que la enervaba, ese plaff que le enervaba, ese plafff que los llevaba al cielo.

Ceso el castigo bendito y El fue a su sexo, lo toco, hurgo en su interior, sus dedos se empaparon y bebió del manantial celestial. EL se llenaba de néctar, ella se retorcía envuelta de la magia de su fé.

Le costaba mantener el equilibrio amarrada en la cruz, y El la libero de esas cuerdas que no la tenían presa, sino todo lo contrario, era libre, por fin era libre. Por fin disfrutaba de lo que la distancia le negaba.

Agradecida se arrodillo ante su Señor, le miro con felicidad infinita, agradeciéndole el amor que le profesa y sin decir una sola palabra, le dijo, Señor soy tu perra, tu esclava, a ti vengo, a ti me entrego, haz de mi lo que desees, no habrá mayor satisfacción para esta sierva que cumplir sus deseos.

La sinceridad de sus no palabras, lleno a Su Señor de satisfacción, de orgullo, de plenitud, sentía su posesión, sentía su poder, sentía su amor.

De rodillas sea cerco, beso su miembro erecto y comenzó, con pasión desbordante a engullirlo.

Se afanaba en ello, solo existía Su miembro en este mundo. Nada más, su mundo quedaba reducido a 4 paredes, 4 paredes que encerraban el paraíso. Ni Adán ni Eva hubieran soñado con semejante paraíso. Era el cielo y en el cielo mamaba, y en el cielo engullía y en el cielo de rodillas profesaba su fe, su devoción. El la miraba complacido, satisfecho, lleno y agarraba su cabeza y contra El la atraía, inundando su boca de carne, carne trémula, carne con pasión, carne transformada en hierro, hierro incandescente, llama viva, que horadaba sin piedad su boca, golpeaba su paladar, elevando el poder de su sabor, que golpeaba su campanilla, emitiendo música celestial, sonido de dioses, tambores de guerra, acercándose a la puerta del paraíso, podían ver a San Pedro agitando sus llaves.

La perra tragaba y engullía su poderoso miembro tratado de abarcar su totalidad. El la detuvo, asió su cabeza y la empujo con violencia contra su cuerpo. El hierro incandescente quemaba su paladar. Ella le miro, cerro su ojos, sonrió llena de felicidad  y sin palabras expreso:” hágase tu voluntad”. Y el la hizo. Con todas su fuerzas empujaba su cabeza, su boca ensartada por su pene erecto. Y el miembro se pegó a su garganta, bloqueándola, sin poder respirar, balbucía. El aferraba con fuerza su cabeza, empujando más y más. Las lágrimas brotaron de sus ojos, lágrimas de felicidad, corrían su rímel. Y su boca taponada exudaba la saliva que rezumaba. Aguantaba con devoción su tortura celestial.

El tiempo parecía que se paro, se detuvo, no corría. Su polla llenaba su cuerpo de felicidad, babeaba felicidad. Por fin el líbero Sus manos, la presión ceso y el aire empezó a correr de nuevo. Agitada, convulsa, babeante tomaba aire.

Sin mediar palabra, agarro sus pelos y como la perra que es la condujo en dirección al cepo, en dirección a la magia. Ese día la palabra se hizo magia y el cepo se convirtió en mago y la magia transformo el significado de la palabra y el cepo se hizo felicidad y la mazmorra paraíso.

Humilde y serenamente se dirigió al cepo, la felicidad inundaba sus ojos, sus mejillas, su boca, su cuerpo, completamente erizado destilaba amor. Un clic metálico aprisionó sus manos, que no su alma, que volaba libre, correteaba por al mazmorra, disfrutaba del paraíso.

Y la mazmorra crecio, el paraíso era el universo y su Señor le demostró lo que el amor significa.

Su miembro armado quemaba y embistió contra su boca con furia, el cepo coartaba cualquier movimiento de huida, pero su digna perra no estaba aprisionada, era libre de huir, pero no lo deseaba. Necesitaba la fuerza de Amo, la vida que le otorga, la existencia que le concede, la pasión que comparten.

Embestía con fuerza, horadaba su garganta, penetraba su boca con furia, desgarrando todo aquello que se oponía a su avance, dolor y placer mezclados en celestial coctel.

Sus ojo seguían vertiendo lágrimas de placer, ilusión y felicidad, su cuerpo bailaba agitado por la música que El marcaba. Se detuvo, Su miembro escapo de sus labios, un suave gemido escapo de su garganta liberada. Miro a su Señor y sin palabras de nuevo, le expreso, no pares mi Dios, no pares, Tu tortura me magnifica, Tu poder me llena, Tu amor me eleva a las alturas.

El hizo caso omiso a sus plegarias, le tenía reservada mayor Felicidad. Comenzó a pasearse en torno al cuerpo de su dulce perra, con dominio de la situación, satisfecho del deber cumplido, aunque incompleto.

Paseaba y miraba el cuerpo de su perra encepado, trémulo, jadeante, exulto de Felicidad. Con una venda cegó sus ojos. Ella sabía que Él quería aumentar la sensibilidad de sus sentidos, cegando uno, aumentaba el resto. Paseaba alrededor suyo, dando vuelta la cepo, que contenía su preciado bien.

Ella oía, pero no sabía que iba a suceder. El cogía los instrumentos que ella con meticuloso rigor había preparado para que usará, tendidos sobre la mesa, tácticamente distribuidos. No lo sabía, pero eligió el látigo, no el que ella más tarde le reglaría, uno de los instrumentos que al mazmorra había decido poner a su disposición. Y el látigo silbo, corto el aire e impacto en su blanca piel, su culo se enrojeció levemente y su cuerpo se agito convulso de placer. Una y otra vez el látigo macero su piel. Cuando el carmesí  broto en su piel, El paro, dejo el látigo y volvió a dar vueltas sobre su propiedad, encepada. Se colocó a sus espaldas y miro a su sexo, húmedo, brillante. Sus piernas brillaba, su néctar corría hacia sus tobillos.

Acaricio con suavidad su sexo, introdujo un dedo y sintió el calor que desprendía, la humedad hacia resbalar el dedo, colocándose con facilidad en sus entrañas. Y hurgo en la fuente y otro dedo resbalo en su interior.

Su sexo pedía a gritos más. Y el le concedió su deseo. Introdujo 4 dedos y comenzó a girarlos en el interior de su vagina, se retorica en esa mezcla tan divina de placer y dolor. Giraban y giraban, adentrándose más adentro, notaba como su vagina se dilataba al máximo, como ensanchaba sus paredes. Su clítoris no cesaba de chillar ante semejante embestida, brutal embestida que desgarraba completamente su sexo. Impasible ala ademan, continuaba empujando y girando sus dedos. La humedad era tal que resbala con suma facilidad y seguía embistiendo con su mano poderosa.

Su clítoris no cesaba de vociferar, su cuerpo se retorcía, su éxtasis estaba próximo. El paro, su cuerpo se desvaneció, sus rodillas se doblaron y cayó al suelo, con sus manos encepadas .

La libero de sus invisibles ataduras y al condujo a la cama.

Él se postró en la cama y le dijo con los ojos, “ven y cabálgame, siente el poder de mi polla, quema mi sexo con el tuyo, fundámonos en uno solo.

Y así fue, suavemente con un movimiento imperceptible, centímetro a centímetro, milímetro a milímetro, si sexo fue clavándose en mi pene. Mi miembro se combustionaba  a cada avance. S e sentó completamente sobre su miembro y cuando quería levantarse para comenzar a cabalgar desbocada, Él la retuvo, sin palabras le dijo que esperase, que siéntese toda su fuerza dentro, la abrazo fuertemente. No había sino un único ser, dos personas encarnadas en una.

El tiempo se detuvo y el paraíso alcanzo toda su dimensión.

Con un seco golpe ahíto a su perra, que comenzó a cabalgar desbocada, sin rumbo, sin meta. Ya estaba en el paraíso.

Y de su manantial broto el elixir de la vida y Su hierro incandescente mano lava. Y el abrazo fue eterno.

Y solo había Uno.



Amen

Fran,

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